La tradición dicta que la mujer sea quien pida matrimonio
Happiness in marriage is entirely a matter of chance. -Jane Austen
La Reina Victoria de Inglaterra es la responsable de popularizar dos prendas en los momentos importantes del mundo occidental: el vestido negro para la muerte y el duelo y el vestido blanco para las bodas.
Lo que bien han documentado los historiadores sobre la reina, es que comenzó su imperio muy joven y por ende, el matrimonio con su primo, tuvo lugar casi tan pronto: cuando tenía sólo 19 años. Aunque recordemos que la esperanza de vida era mucho menor y esta parecía la edad idónea para empezar a hacerlo.
Antes de Victoria, no era nada común que las novias en occidente en sus bodas usaran color blanco para el vestido, "este color se consideraba un indicador de riqueza, pues mostraba que la familia de la novia podía permitirse limpiar el vestido" o no ensuciarlo porque tenían esclavos que hicieran el trabajo agrario y doméstico por ellos.
El color que más predominaba en las bodas –que tampoco eran uniones por amor, si no por ampliar el poder político y económico familiar–, eran rojo, azul y café y se esperaba que el vestido fuera usado varias veces, incluso así lo hizo Victoria.
Sin embargo, Victoria eligió el blanco para su vestido por solo una razón:
Quería incentivar el comercio del encaje, ya que las artesanas y manufactureras sufrían una caída importante económica y el mejor color que lo resaltaba era el blanco en satín. En su boda, pidió entonces que el resto de las invitadas usara otros colores distintos para que ella y sus damas de honor fueran las únicas de blanco. De la pureza y / o castidad, no hay nada documentado.
La pedida de mano
Hay distintos orígenes de las tradiciones que hoy tenemos sobre pedidas de mano o las bodas (como lo del liguero jaja o aventar la copa y todos los elementos simbólicos) o demás. Lo cierto es que han cambiado con los siglos e incluso años.
En algunos periodos y territorios en la Edad Media la pedida de mano se hacía cuando el padre de una mujer le ofrecía su “dote” a un hombre normalmente emparentado o con igual poder de adquisición, político y de terrenos para que la aceptara como esposa, ya que las mujeres no podían acceder a bienes de cualquier tipo.
A veces ellas mismas trabajaban por el dote durante su niñez para que se lo quedaran los hombres con los que se casaran y al mismo tiempo esto “protegía” económicamente a las mujeres en caso de que se muriera el padre antes de casarse o se muriera su esposo, pero en muchas ocasiones el esposo alegaba mala disposición de esposa de su mujer y se quedaba la dote1, wow.
En Europa, desde comienzos de la Edad Media y hasta el siglo XVIII, la dote que una mujer llevaba consigo a la boda era con frecuencia la mayor transfusión de dinero, bienes o tierras que un hombre recibía en toda su vida.2
Todavía hace unas décadas recuerdo escuchar a varias mamás de mis amigas y de compañeras que lo adecuado era que, el prospecto al matrimonio primero acudiera con el padre de la novia a “pedir la mano” y ya que el padre accediera (porque era el concepto horrible de “antes era mía, ahora es tuya”, como pelota en partido de futbol) se hacía lo del anillo y arrodillarse. Luego, sé bien que continuó esta práctica, pero como pura formalidad.
Lo cierto es que no encontré un origen preciso sobre este preámbulo heterosexual de que el hombre casi siempre se arrodilla para preguntar “¿quieres casarte conmigo” ante la mujer parada y le otorga un anillo de compromiso. Hay mucho de eso a finales 1700 e inicios de 1800 (lo cual coincide con el inicio victoriano), encontré varias obras ilustradas al respecto que datan de esos años y dos son ilustraciones de libros de Balzac, quien particularmente escribía sobre pedidas de mano, matrimonios y sus vicisitudes.



El origen del anillo es un poco más claro: existe el dato de una petición de mano con intereses de conservar poder en el reino germánico en el año 481 y en general aceptar una prenda a cambio de un acuerdo en varios contextos era la promesa de cumplimiento. Como Dobby pues, pero el de arrodillarse nomás no encontré por qué se hace, desde cuándo o qué.
Sin embargo, la historia de la Reina Victoria -quien parece que dictó gran tendencia respecto al simbolismo del matrimonio hasta la fecha- fue totalmente al revés. Ella fue quien se le propuso a Alberto.
Según la tradición, nadie podía declararse a un monarca reinante. Y en 1939 la reina escribió en su diario: “Me haría demasiado feliz que él consintiera en lo que yo deseaba (casarse conmigo)”.
Las pinturas de la boda y las obras de arte formaron parte del vestigio, mas con la popularización de la fotografía y de los medios masivos. Alberto y Victoria recrearon la pose y usaron de nuevo sus vestimentas de boda 14 años después para quedar retratados por un fotógrafo.
“Hasta entonces, muchas mujeres se limitaban a llevar el vestido más bonito que poseían el día de su boda. A medida que la sociedad se hizo más próspera tras la Segunda Guerra Mundial y la producción de ropa se abarató, el vestido de novia blanco de un solo uso -y la fastuosa fiesta para lucirlo- se convirtió en un elemento distintivo de la boda”, de acuerdo con Vanity Fair.
Todo en el matrimonio cambió con Victoria
La época victoriana también se caracterizó por dictar nuevas tradiciones respecto al matrimonio en general, como determinar que se hiciera por amor y demonizar las expresiones sexuales. Digamos que la represión sexual y aspiración a la pureza femenina de esa índole empezó en esa época y terminó por popularizarse en el siglo XIX. Sin embargo todo era una cuestión de clasismo, pues las clases altas se querían diferenciar de los pobres al presumir su “autodominio" sexual.
A la época victoriana le debemos que el matrimonio se impusiera como que debía ser la experiencia más única y más importante en la vida de las personas pudientes y que el amor matrimonial debía ser el foco principal de todas sus emociones, satisfacciones y más, pues así lo estipulaba.
Sin embargo, como los mandatos eran MUUUY raros y las acciones individuales se salían del control del Estado y de la iglesia, como a menudo pasa, pues a finales del siglo XVIII la tasa de mujeres solteras sin casarse aumentaba debido a la presión que se le imponía al matrimonio y que su única causa fuera el amor, en tanto que las mujeres no encontraban en hombres el ideal que imaginaban y terminaban por no casarse, ay mis indecisas. Desde entonces ya se pronunciaba la frase: “mejor sola que infelizmente casada”.3
Imagínense que en la década de 1790 los debates recaían en “¿qué es peor en un matrimonio, el amor sin dinero o el dinero sin amor?”, por algo nuestra preferida de la ficción Jane Austen escribía personajes que encontraran ambos: el amor y la estabilidad económica en un mismo hombre. Ni Austen ni su hermana, por cierto, se casaron.
Por supuesto el acto de matrimonio no era para todos, si una mujer no tenía dote y no era bella, no había mucho por hacer. Las personas en esclavitud en diferentes épocas y contextos no siempre tenían derecho a casarse y aunque lo tuvieran, no tenían los medios para mantener un hogar aún con una pareja.
Justo por la época victoriana, la activista por los derechos de las mujeres Lucy Stone y su marido Henry Blackwell escribieron sus propios votos matrimoniales declarando que al entrar “en la sagrada relación de marido y mujer” intentaban desobedecer toda ley que “se niegue a reconocer a la esposa como un ser racional independiente y confiera al marido una injuriosa y no natural superioridad”, documentó Stephanie Coontz. (Fan de su relación).
Romper las tradiciones
Y como ya vimos, romper las tradiciones como lo hicieron Victoria o lxs activistas, pensadores o filósofos en la historia de cierta forma también impusieron otras tradiciones.
Está Elizabeth Taylor, la diosa, la diva que se le propuso ella a uno de sus múltiples esposos y en sus bodas era común que no usara vestidos blancos ni para la ocasión. Una avanzada de su época, parece.
Está la tradición de año bisiesto en Irlanda (me faltan fuentes más confiables, pero quiero creer en el Wales Online) en el que las mujeres pueden usar el día 29 de febrero para hacer la propuesta matrimonial a sus parejas con anillo y todo y que según esto empezó en el siglo V.
O por ejemplo en 1920 los joyeros, no satisfechos con drenar los bolsillos de todos, intentaron popularizar los anillos de compromiso para hombres, pero no funcionó la campaña, aunque han intentado revivirla varias décadas después.
Más importante y como Jane Austen en sus historias principales, el matrimonio no se plasmaba en el qué pasa después, como que todo se trataba de la conquista, del camino hacia la boda, pero dejaban de lado los otros tratados no explícitos sobre cómo dejaban de funcionar si no “se consumaba” o si no tenían hijos herederos, o las múltiples esposas o parejas de los hombres para asegurar la herencia, o los numerosos acuerdos en la historia para disolver los matrimonios.
O sobre cómo los hombres, que son los que menos se quieren casar, son los que se terminan beneficiando más por el trabajo doméstico y de cuidados que realizan más las esposas.
O que los hombres abandonan más a sus esposas cuando les diagnostican cáncer y los investigadores señalan que el motivo por el cual los hombres dejan a su mujer enferma puede explicarse en parte por su incapacidad de ajustarse rápidamente a la situación de convertirse en cuidadores y atender el hogar y la familia.
En fin, estuve escuchando para estos fines el muy divertido podcast de Herejes y (debí saber por el nombre) las invitadas explicaron por qué se casaron y admitieron que fue por pura presión social de sus familias y que odiaron el proceso o de plano no lo hicieron.
Yo me quedé con muchas ganas de saber por qué la gente decidió casarse en plan más tradicional y si el proceso fue todo lo que esperaban.
Mi conclusión es que hay tanto que agradecer a la idea de matrimonio, ya que sin ella en donde se juran fidelidad, amor eterno y compromiso, JJJJJAmás se habría escrito La cita canción de Galy Galiano.
Es cuanto.
Fuente: Universidad de Córdoba https://helvia.uco.es/xmlui/bitstream/handle/10396/13085/ambitos19_07.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Si pueden buscarse el libro de Historia del Matrimonio de Stephanie Coontz, ahí viene todo jaja. Que ahora que lo busco, lo prohibieron en Florida JAJA, pero avísenme si lo quieren en PDF, perdón Stephie, tqm.
También hubo otros como Nathaniel Hawthorne o el filósofo John Stuart Mills quienes cumplían en exceso los mandatos del matrimonio victoriano y AMABAN tanto a sus esposas que, por ejemplo Nathaniel decía que ojalá su esposa siguiera “sus órdenes”, pero no de forma machista, sino porque eran guiadas por el amor JAJA o el segundo que buscaba renunciar a sus derechos legales para dárselos a su esposa, amo JAJA, pero LA IGLESIA no veía bien este nivel de idolatría a algo más que no fuera a Dios o la religión o la institución. Verga, ¿qué querían de ellos?